SÍNTESIS
DE LA OBRA “DE ORATORE” DE MARCO TULIO CICERÓN
Político y filósofo
romano, Marco Tulio Cicerón pasó a la historia como uno de los más
grandes oradores y retóricos de Roma.
Cicerón introdujo gran parte de la filosofía helenista en roma y destacó en la República Romana por sus cartas y pensamiento político. Su enfrentamiento a la dictadura planteada por César no le impidió variar su posición en numerosas ocasiones.
De entre su obra habría que destacar textos como Catilinarias, Filípicas y sus cartas y discursos, entre otros.
Cicerón introdujo gran parte de la filosofía helenista en roma y destacó en la República Romana por sus cartas y pensamiento político. Su enfrentamiento a la dictadura planteada por César no le impidió variar su posición en numerosas ocasiones.
De entre su obra habría que destacar textos como Catilinarias, Filípicas y sus cartas y discursos, entre otros.
El
orador es un libro que pretende trazar las directrices de cómo debe ser el
orador prefecto. Publicada por primera vez en el año 46 a.C. con el
nombre De oratore, nos explicita adecuadamente en qué consiste el
arte de hablar bien.
Cicerón comienza
explicándonos el porqué de ésta obra: solución a los continuos ruegos de
Brutus, y en definitiva se acabará concluyendo que no hay un estilo oratorio
perfecto, que valga por sí sólo en todo momento, a veces será elevado, otras
tenue y otras medio; el estilo perfecto es el que se ajusta al decorum
(apropiado/adecuado) , a lo conveniente en todo momento,
circunstancia y personas. Así la búsqueda del mejor estilo oratorio se hace
desde distintos puntos de vista, definición del orador perfecto en lo referente
a los tres estilos narratorios, al género oratorio, a las funciones del orador,
a sus conocimientos y finalmente al uso de la propia rítmica.
De este modo comienza a
dibujar las líneas de ese perfecto orador:
No debe sobresalir en ningún
estilo:
Ø Los
grandilocuentes: profundidad de pensamiento, elegancia de palabra, vehemente,
variada, abundante, seria, competente y preparada para mover los ánimos.
Ø Los
sencillos: personajes agudos que lo demostraban todo y lo exponían con
claridad, no con amplitud, estilo sobrio y apretado.
Ø Estilo
intermedio: moderados que no recurren ni a la agudeza de los sencillos, ni a la
amplitud de los primeros, es un punto medio entre ambos. Fluye al hablar en un
curso continuo, aportando facilidad y uniformidad, distingue figuras de palabra
y de pensamiento.
Debe sobresalir en los tres
estilos. Debe tener decorum para saber en qué momento emplear éstos
estilos, por ello debe dominar los tres.
Su oratoria debe ser
judicial pero con gran parte de recursos demostrativos. Ha de nutrirse de la
abundancia de palabras, donde su construcción y ritmo gozan de la mayor
libertad, combinación simétrica de frases, agrupación ingeniosa de palabras en
periodos fijos y delimitados, buscados por voluntad; las palabras deben responderse
una a otras, como si estuvieran medidas y en paralelo, producción del mismo
sonido.
El construido de las
palabras ha de ser un arte, en la medida de lo posible redondo, donde todo se
sustente con todo.
El orador perfecto aparece
sobre todo en la elocución. Para ello debe ser hábil con
la invención, encontrar y decidir lo que va a decir, se apartará de la
discusión, si ello es posible de las circunstancias particulares del tiempo y
las personas, intentará tocar temas amplios y generales para poder extenderse
con mayor amplitud; procurará recorrer todos los lugares del tema a tratar, los
sopesará y escogerá, (no hay nada más fértil que la mente), sobre todo si ha
sido cultivada en los estudios.
Será igualmente hábil con
la disposición de las ideas: introducción digna, acceso claro a la
causa, atracción de los ánimos de los oyentes, y finalmente confirmación de los
argumentos favorables y rechazo y debilitación de los argumentos contrarios.
Los argumentos más sólidos los colocarán unos al comienzo y otros a l final,
intercalando los débiles.
El orador perfecto aparece
ante a elocución, porque los dos anteriores puntos, aunque necesarios no
necesitan ni técnica ni esfuerzo. Una vez se haya encontrado qué decir, y en
qué orden, lo más importante es ver de qué modo.
La lengua es maleable,
flexible, toma la forma que se la quiera dar, y el temperamento que se quiera,
es importante pues que el gran elocuente utilice adecuadamente para dar
fecundidad todas las artes y variedades del acto de habla, según el énfasis y
fin que quiera conseguir.
En cuanto a la acción y el
movimiento del orador debe ser determinado según en qué tiempo, en primer
lugar, como se ha dejado entrever en las líneas anteriores los cambios de voz
han de ser provocados según el tipo de sentimiento que quiera producir
(pronunciación de tono agudo en las partes violentas, tono bajo en las
calmadas, tonos grave con los tonos profundos y patético con inflexiones de voz
)
Los movimientos de su cuerpo
no serán exagerados, debe tener un porte derecho y erguido, dar pocos pasos y
cortos, desplazamientos moderados y escasos. Será importante, igualmente que no
tenga ninguna malformación en el rostro, que sea expresivo y que lleve a la
interpretación de los sentimientos que quiere producir el orador.
En resumen el orador debe
sobresalir fundamentalmente en la elocución, debe dominar la invención, la
actuación y la expresión. Debe producir sentimientos en el auditorio, con temas
excitantes, debe ser y parecer libre, persuadir, deleitar; no ha de fijarse en
historiadores o poetas, debe ser decoros, agradable, convincente, deberá saber
probar y argumentar, deleitar y conmover o convencer; y lo más importante
discernir qué es lo conveniente en cada caso. Con lo cual la base de un buen
orador es el buen criterio o el buen sentido, en cuanto ideas, palabras,
auditorio, tonos, etc. Ha de adaptarse a las circunstancias que en cada caso
convengan. En resumen debe ser ático, pero en el sentido tradicional.
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